samedi 26 juillet 2008

Los amigos que perdí – carta tercera


Una moneda en la fuente




Pongo estos seis versos en mi botella al mar
con el secreto designio de que algún día
llegue a una playa casi desierta
y un niño la encuentre y la destape
y en lugar de versos extraiga
piedritas
y socorros y alertas y caracoles.

Mario Benedetti, Botella al Mar




Tal vez parezca exagerado o peor aun, inapropiado. No obstante fue menester dar gracias o por lo menos clausurar este capitulo como se debe. Al ver que nadie parece querer comenzar me he tomado la libertad de plasmar unas cuantas palabras en primera persona.

No sé, con toda certeza, a quien deba escribir esta carta. Tampoco estoy seguro de la pertinencia de esta última. En realidad no se muchas cosas. Pero si algo puedo ver con claridad, si aquel palpitar del corazón, cuya interpretación es sumamente sutil y muchas veces engañadora, dice alguna verdad entonces sé que los recordare. No se que tan delicioso, amargo o agrio será el recordar. No sé si será dulce. Tan solo se que los recordare. No se si aquel caprichoso e infantil ser supremo que rige nuestras vidas me dará la oportunidad de volverlos a ver. No sé con que animo escribirá nuestras historias. Es más tratar de adivinar aquellas líneas es tan opaco como el sol. En definitiva, no sé muchas cosas, tan solo se que los recordare. Tan solo lo sé.
Tal vez que después de haber agotado todas las reservas de mariguana y de votox de Madrid Ana nos recuerde y busque un poco de nosotros en su mar de gatos. Tal vez en la soledad de la comodidad y del lujo, agotada correr tras una ilusoria concepción perfección que algún día quiso aborrecer, Caro nos recuerde y añore aquellos paraísos perdidos. Sin lugar a duda Ángela, con la divina gracia y talento que no tengo, nos concederá uno o dos capítulos de las memorias que leeré entre lagrimas y cafés. Tal vez nos reconozcamos en esos personajes que ella creerá inventar. Thomas exhausto de soñar, flagelado por sus quimeras, en un eclipse melancólico nos recordará y con la puntualidad de un reloj suizo pensará que es tiempo de madurar. Tal vez Claire al sentarse en su terraza en una hacienda olmeca o patagónica -Dios no lo dirá- escuche sin escuchar aquella risa del recuerdo, aquella revancha de la nostalgia sobre la felicidad. Al mirar el cielo, acompañado de una top-model brasileña que le servirá a la vez de esposa y de juguete sexual, inundado por la felicidad material, en un mundo de plástico amor Guillaume nos recuerde. Yo, antes de morir de una overdosis de vida en el baño de una discotequilla de ambiente de Miami, con absoluta fe sé que los recordaré.

No se si será verdad. Es poco probable que lo sea. Pero todos somos una moneda en la fuente, hoy nada es prohibido, aun menos soñar, anhelar, mirar las estrellas. Todos, inclusive los que no evoque, sabemos que hemos escrito juntos las mas picaras y felices, banales y generacionales aventuras de nuestras vidas. Gracias por los arco iris, por los sinsabores, gracias de nutrir el ser que soy -infinitamente vacio sin ustedes.





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